Uso en la Teoría de la Justicia Social
Fuente: hooks, bell. Teaching to Transgress: Education as the Practice of Freedom. New York: Routledge, 1994, pp. 88–89.
La política identitaria emerge de la lucha de grupos oprimidos o abusados para lograr una posición desde donde criticar las estructuras dominantes, una posición que le da propósito y significado a la lucha. Pedagogías críticas de liberación responden a estas preocupaciones y necesariamente adoptan experiencias, confesiones y testimonios como formas relevantes de saber, como importantes, dimensiones vitales de cualquier proceso de aprendizaje.
Comentario de Nuevos Discursos
La política identitaria es, en un sentido, la base y la meta del activismo de la Justicia Social y la Teoría detrás de este, pero el término en sí es complicado en su significado, incluso dentro de ambos. Tanto dentro como fuera del contexto de la Justicia Social Crítica, el término tiene muchos significados para mucha gente, pudiendo ser interpretado de varias maneras dentro de cada uno de estos significados. Estas contradicciones pueden ser resueltas, y se puede entender fácilmente que lo primero en la agenda de la Justicia Social es promover un tipo específico de política identitaria que es radical, si no revolucionario.
Antes de llegar a estos significados, una manera simple de explicar la política identitaria es notar que construye grupos de interés políticos especiales usando grupos identitarios, y luego aboga por ellos. Esto se puede hacer con distintos niveles de rigor y con diferentes intenciones y enfoques, lo que es un punto muy relevante donde tendremos que detenernos más tarde. Esta explicación clasifica a la política de la identidad como neutral, pero en el grado que el sistema depende de ella (es decir, desarrollando una política de intereses especiales), se manifestarán distintos resultados sociopolíticos que serán más o menos deseables, de acuerdo a los deseos y orientaciones políticas de cada uno.
Así, entendiendo el término de esta manera más laxa, la política identitaria puede ciertamente ser aproximada desde una perspectiva liberal, una perspectiva de supremacía racial (por ejemplo, la supremacía blanca), o desde una perspectiva fundamentalmente “liberadora” (léase: radical, si no revolucionaria) y anti-liberal (ver, además, Teoría racial crítica). Para nuestros propósitos, generalmente tratamos de evitar denominar a la aproximación liberal al término como “política identitaria”, y vemos las dos últimas perspectivas como los dos lados de una misma moneda que merece el término. Los proponentes de la Justicia Social tienden a borrar o suprimir esta distinción, ya que ellos buscan capitalizar de la buena reputación de los movimientos de igualdad liberal, mientras avanzan algo que critica “despiadadamente” (como Marx lo dijo) las fundaciones que los hicieron y hacen posibles. Esta distinción es de una importancia central para lo que resta de la discusión del concepto.
Para llegar a la complejidad de entender este término incluso dentro de la Justicia Social, Robin DiAngelo, educadora de “blancura” crítica y autora de White Fragility (Fragilidad Blanca), ilustra algo del término al presentarlo de manera muy simple: “El término política identitaria se refiere al foco en las barreras que grupos específicos enfrentan en su lucha por la igualdad.” Ella aboga por esto “sin arrepentimiento” a través de todos sus escritos. Esto difiere significativamente del entendimiento avanzado por la feminista negra bell hooks, visto más arriba, que se centra más en la lucha y la posición (ver, también, epistemología de la posición, conocimiento(s), experiencia vivida, y formas de conocer), abogando por estas como la base de la crítica a la dominación estructural y sistémica (ver, además, crítica, teoría crítica, Teoría racial crítica, estructural, estructuralismo, posestructuralismo, posmoderno, Foucaldiano, Neo-Marxismo, y Nueva Izquierda).
Mientras, el diccionario (vía Google) provee la siguiente definición para política identitaria: “una tendencia de gente de una religión, raza, o entorno social, etc. en particular, a formar alianzas políticas exclusivas, alejándose de políticas partidarias masivas tradicionales”. Con esto vemos que DiAngelo, por lo menos, estaría dejando algo significativo fuera de su interpretación. Esto, como se puede leer en los ejemplos de Crenshaw más abajo, puede ser problemático en sí mismo, en particular debido a que da lugar al esencialismo (hooks, después de su cita de más arriba, se muestra parcialmente escéptica de la política de la identidad por esta razón – ver también, anti-esencialismo y esencialismo estratégico). Esto es, las autoras están preocupadas de que la política de identidad trate esos temas de manera muy simple, no sólo reduciéndolos a un grupo limitado de características que caricaturizan de manera injusta a esos grupos identitarios, pero también mediante la búsqueda de operar de manera coalicional (ver, también, solidaridad) y por lo tanto borrando intereses especiales de cada grupo.
Sin embargo, feministas negras como hooks y Teóricos críticos raciales (e interseccionalistas) como Crenshaw, no tienen objeciones con la política identitaria tanto por sus problemas con el esencialismo, sino más bien porque esos problemas tienden a borrar la complejidad para “intersectar” identidades oprimidas. Ambas, específicamente, se quejan diciendo que tanto el anti-racismo como el feminismo tienden a relegar los problemas de las mujeres negras a los “márgenes” de preocupación más que elevarlos y centrarlos. Esto es, gente como ellas, que en su tiempo hicieron mucho para definir lo que se ha convertido en el movimiento de Justicia Social contemporáneo y su Teoría, son altamente empáticas con – de hecho, abogan por esto – la política identitaria y la politización (identitaria) de todo (por ejemplo, “enseñar es un acto político” y “las emociones son políticas”), siempre y cuando el modelo debajo de la política de la identidad tenga una orientación interseccional. Esto es lo que DiAngelo (más abajo) quiere decir cuando habla de la relevancia de su posicionalidad con respecto a sus políticas, que es algo que hooks tocó (más arriba) cuando menciona la “posición” que se busca lograr.
Una segunda confusión, más profunda y posiblemente intencional, existe dentro de la Justicia Social en lo que respecta a la política identitaria – su intento de situar sus propios esfuerzos (que pregonan la equidad como justicia) como si estuvieran en la misma línea que los movimientos igualitarios liberales que al mismo tiempo critican como una forma en que los grupos dominantes mantienen control sobre los grupos subordinados (ver, también, liberalismo, equidad, e igualdad). Como Robin DiAngelo (más abajo) dice explícitamente, ella ve su política identitaria como una continuación – de hecho, como la característica central – de los movimientos de igualdad liberales que precedieron, meramente como un resultado del hecho de que éstos tomaron la causa del avance de derechos y oportunidades basados en la identidad. DiAngelo escribe,
Todo el progreso que hemos logrado en el ámbito de los derechos civiles ha sido alcanzado a través de la política identitaria: el voto para la mujer, la Ley para Estadounidenses con Discapacidades, la Ley del Título 9, el reconocimiento federal del matrimonio homosexual. Un punto importante en la elección presidencial de 2016 fue la clase media blanca. Todas estas son manifestaciones de la política de la identidad. (p. xiii)
Como se nota más arriba, si consideramos esto como política identitaria o no, es una pequeña objeción semántica. Nosotros estamos de un lado de esta disputa, y DiAngelo (y muchos que siguen la cosmovisión de la Justicia Social) está del otro. Hay poco que sacar en el intento de resolver la diferencia sobre el exacto y completo significado de este término, así que dejamos esa discusión a los filósofos con más tiempo y ganas en sus manos.
Como se mencionó anteriormente, existe una diferencia fundamental entre avanzar las causas basadas en la identidad a través de medios iliberales, y hacerlo a través del liberalismo. Esta última forma centra el preciso universalismo e individualismo humano que DiAngelo intenta cooptar desde sus primeras frases en sus notas del autor hasta su libro Fragilidad Blanca: “Los Estados Unidos fueron fundados bajo el principio que toda la gente es creada igual. …Tenemos todavía que lograr nuestro principio fundador, pero cualquier ganancia que hemos logrado hasta ahora ha sido a través de la política identitaria.” Esto último no solo lo niega, pero también lo problematiza constante y vigorosamente. (Aunque hay excepciones notables en su catálogo, esta aproximación humanista e individualista liberal universal es aquella por la que abogó Martin Luther King Jr. constantemente durante el Movimiento por los Derechos Civiles. Esto es también algo frecuentemente problematizado en la Justicia Social – ver, también, liberalismo, universalismo, e individualismo – lo que ha llevado a algunos pensadores de la Justicia Social a clasificar a King como problemáticamente “cómodo” para la gente blanca. De hecho, la misma DiAngelo problematiza bastante estas ideas en otro de sus libros, Is Everyone Really Equal?).
Por la misma razón que sugeriríamos que una política identitaria que avance genuinamente la supremacía de grupos basados en la identidad (digamos, la supremacía blanca o el patriarcado – no solamente entendidos en el sentido “sistémico” de la Teoría) es equivocado e iliberal, también sugeriríamos que una política identitaria que genuinamente avanza una infamia o inferioridad basada en la identidad (aunque en la dirección contraria) es también equivocado e iliberal. Estos tipos de movimientos, sostenemos, merecen el término “política identitaria”, mientras las aproximaciones liberales no, en el sentido de que las aproximaciones liberales abogan por un humanismo universal, igualdad, y por tratar a todos como individuos en vez de como miembros de grupos identitarios ordenados (positiva o negativamente) de manera jerárquica.
Con la elección de orientarse a sí mismo como un movimiento que pone la identidad de los grupos primero – explícitamente para los propósitos de practicar una política identitaria (ver a Crenshaw, más abajo) – la política de la identidad practicada por la Justicia Social está en el mismo universo conceptual que aquella practicada por los Neonazis y el Ku Klux Klan, y en un universo conceptual completamente distinto a aquel practicado bajo los movimientos liberales en favor de los derechos civiles. Sin duda, estos no son lo mismo, ya que representan aproximaciones radicalmente opuestas al problema de la identidad, pero comparten suposiciones y disposiciones similares, pudiendo, bajo las circunstancias correctas, generar tipos similares de resultados (Esto es lo que se refiere en algunos círculos cuando se habla de la teoría de la herradura).
Términos relacionados
Anti-esencialismo; Anti-racismo; Auténtico; Blanco; Borrar; Centro; Conocimiento(s); Crítico; Dominación; Epistemología posicional; Equidad; Esencialismo; Esencialismo estratégico; Estructural; Estructuralismo; Experiencia vivida; Explotación; Feminismo; Feminismo negro; Formas de saber; Foucauldiano; Fragilidad blanca; Identidad; Identidad-primero; Igualdad; Individualismo; Interseccionalidad; Justicia; Justicia Social; Liberación; Liberalismo; Marginalización; Marxiano; Marxismo cultural; Nazi; Neo-Marxismo; Nueva Izquierda; Opresión; Patriarcado; Pedagogía crítica; Poder sistémico; Posestructural; Posición; Posmoderno; Problemático; Radical; Raza; Revolución; Sistema, el; Solidaridad; Supremacía blanca; Teoría; Teoría crítica; Teoría crítica racial; Universalismo; Whiteness (“blancura”)
Ejemplos Adicionales
Fuente: Crenshaw, Kimberlé. “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color.” Stanford Law Review, Vol. 43, No. 6, 1991, pp. 1241-1299, p. 1299.
Si, como este análisis asevera, la historia y el contexto determinan la utilidad de la política identitaria, ¿cómo, entonces, entendemos a la política identitaria hoy, especialmente a la luz de nuestro reconocimiento de múltiples dimensiones de identidad? En específico, ¿qué significa argumentar que las identidades basadas en el género han sido ocultadas en discursos anti-racistas, de la misma forma que identidades raciales han sido ocultadas en discursos feministas? ¿Significa eso que no podemos hablar de identidad? ¿O, en contraste, que cualquier discurso sobre identidad tiene que reconocer cómo nuestras identidades son construidas a través de la intersección de múltiples dimensiones? Una respuesta inicial a estas preguntas requiere que primero reconozcamos que los grupos de identidad organizados en donde nos encontramos son de hecho coaliciones, o por lo menos potenciales coaliciones, esperando ser formadas.
En el contexto del anti-racismo, reconocer las maneras mediante las cuales las experiencias interseccionales de las mujeres de color son marginalizadas en concepciones predominantes de política identitaria no requiere que abandonemos los intentos de organizarnos como comunidades de color. Por el contrario, la interseccionalidad provee una base para reconceptualizar la raza como una coalición entre hombres y mujeres de color. Por ejemplo, en el área de la violación, la interseccionalidad provee una forma de explicar por qué las mujeres de color tienen que abandonar el argumento general que dice que los intereses de la comunidad requieren la supresión de cualquier confrontación alrededor del tema de la violación intra-racial. Al mismo tiempo, la interseccionalidad puede proveer los medios para lidiar con otras marginalizaciones. Por ejemplo, la raza también puede ser una coalición de gente heterosexual y homosexual de color, y así servir como base para criticar a las iglesias y otras instituciones culturales que reproducen el heterosexismo.
Así, con la identidad re-conceptualizada, puede ser más fácil entender la necesidad de contar con, y de juntar el coraje para desafiar, grupos que en un sentido son, después de todo, como “nuestra casa”, en el nombre de las partes de nosotros que no son hechas en casa. Esto toma mucha energía, y despierta una ansiedad intensa. Lo que más podría esperar uno es que nos atreveremos a hablar en contra de las exclusiones internas y las marginalizaciones, que podrían llamar la atención sobre cómo la identidad de “el grupo” ha sido centrada en las identidades interseccionales de algunos. Reconocer que la política identitaria toma lugar en el sitio donde las categorías se intersectan, por lo tanto, parece más productivo que desafiar la posibilidad de hablar sobre las categorías del todo. A través de un reconocimiento de la interseccionalidad, podemos admitir y establecer las diferencias entre nosotros de mejor manera, negociando los medios a través de los cuales estas diferencias encontrarán expresión en la construcción de políticas de grupo.
…
Fuente: DiAngelo, Robin J. White Fragility: Why It’s so Hard for White People to Talk about Racism. Boston: Beacon Press, 2018, p. xiii.
Los Estados Unidos fueron fundados bajo el principio que toda la gente es creada igual. Pero la nación comenzó con el intento de realizar el genocidio de personas Indígenas y de robarles sus tierras. La riqueza americana fue construida con el trabajo de africanos y sus descendientes, secuestrados y hechos esclavos. Las mujeres fueron negadas del derecho de votar hasta 1920, y las mujeres negras fueron negadas del acceso a ese derecho hasta 1964. El término política identitaria se refiere al foco en las barreras que grupos específicos enfrentan en su lucha por la igualdad. Tenemos todavía que lograr nuestro principio fundador, pero cualquier ganancia que hemos logrado hasta ahora ha sido a través de la política identitaria.
Las identidades de aquellos que se sientan en las mesas de poder en este país han permanecido extraordinariamente similares; blanco, hombre, clase media y alta, sin discapacidades. Reconocer este hecho puede ser desestimado por ser visto como algo políticamente correcto, pero sigue siendo un hecho. Las decisiones tomadas en esas mesas afectan a quienes no están en ellas. La exclusión hecha por aquellos en la mesa no depende de una intención deliberada; no tenemos que intentar excluir para que los resultados de nuestras acciones sean una exclusión. Mientras que el sesgo implícito está siempre en juego ya que todos los humanos tenemos sesgos, la inequidad puede ocurrir simplemente a través de la homogeneidad; si yo no estoy consciente de las barreras a las que otros se enfrentan, entonces no las veré, y menos aún estaré motivada a removerlas. Y tampoco estaré motivada a remover las barreras si éstas proporcionan una ventaja a la cual creo tener derecho.
Todo el progreso que hemos logrado en el ámbito de los derechos civiles ha sido alcanzado a través de la política identitaria: el voto para la mujer, la Ley para Estadounidenses con Discapacidades, la Ley del Título 9, el reconocimiento federal del matrimonio homosexual. Un punto importante en la elección presidencial de 2016 fue la clase media blanca. Todas estas son manifestaciones de la política de la identidad. (p. xiii)
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Fuente: DiAngelo, Robin J. White Fragility: Why It’s so Hard for White People to Talk about Racism. Boston: Beacon Press, 2018, p. ix.
Este libro no se arrepiente de estar basado en la política identitaria. Soy blanca y estoy abordando una dinámica blanca común. Principalmente, estoy escribiéndole a una audiencia blanca; cuando uso el término “nosotros”, me estoy refiriendo al colectivo blanco. Este uso puede ser estremecedor para los lectores blancos, ya que muy raramente se nos pide pensar sobre nosotros mismos u otros blancos en términos raciales. Pero en vez de retirarnos frente a esa incomodidad, podemos practicar construir nuestra resistencia (“stamina”) para la examinación crítica de la identidad blanca – un antídoto necesario a la fragilidad blanca. Esto eleva otro asunto arraigado en la política identitaria: al hablar como una persona blanca principalmente a una audiencia blanca, estoy una vez más centrando a la gente blanca y a la voz blanca. No he encontrado una solución a este dilema, más que el hecho que ser una insider me permite hablar de la experiencia blanca en formas que pueden ser más difíciles de negar. Por lo tanto, aunque estoy centrando la voz blanca, también estoy usando mi estatus de insider para desafiar al racismo. El no usar mi posición de esta manera es mantener el racismo, y esto es inaceptable; es una posición “ambos/y” con la que debo vivir. Nunca sugeriría que la mía es la única voz que debe ser escuchada, sólo que es una de las muchas piezas que se necesitan para resolver este rompecabezas general.
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Fuente: Crenshaw, Kimberlé. “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color.” Stanford Law Review, Vol. 43, No. 6, 1991, pp. 1241-1299, pp. 1241–1242.
A lo largo de las últimas dos décadas, las mujeres se han organizado en contra de la casi rutinaria violencia que moldea sus vidas. Desde la fuerza de la experiencia vivida, las mujeres han reconocido que las demandas políticas de millones hablan más poderosamente que los clamores de unas pocas voces aisladas. A su vez, esta politización ha transformado la forma en que entendemos la violencia en contra de la mujer. Por ejemplo, las golpizas y la violación, vistas antes como asuntos privados (asuntos de familia) y anómalos (agresión sexual descarriada), hoy son ampliamente reconocidos como parte de un amplio sistema de dominación que afecta a las mujeres como clase. Este proceso de reconocer como social y sistémico lo que anteriormente era percibido como algo aislado e individual también ha caracterizado la política identitaria de las personas de color, así como los gays y lesbianas, entre otros. Para todos estos grupos, la política basada en la identidad ha sido una fuente de fuerza, comunidad, y desarrollo intelectual.
La aceptación de la política de la identidad, sin embargo, está en tensión con las concepciones dominantes de la justicia social. Raza, género, y otras categorías identitarias se tratan frecuentemente en el discurso liberal convencional como vestigios de sesgos o dominación – esto es, como formas intrínsicamente negativas en donde el poder social trabaja para excluir o marginalizar a aquellos que son diferentes. De acuerdo con este entendimiento, nuestro objetivo liberatorio debería consistir en vaciar dichas categorías de toda significancia social. Aun así, implícita en ciertas facetas de los movimientos de liberación feminista y racial, por ejemplo, está la visión de que el poder social en delinear diferencias no necesita ser el poder de dominación; en vez de esto, puede ser la fuente de empoderamiento político y reconstrucción social.
El problema con la política identitaria no es que falla en trascender diferencias, como algunos críticos señalan, sino que más bien es lo opuesto – que frecuentemente mezcla o ignora las diferencias al interior de los grupos. En el contexto de la violencia en contra de la mujer, esta omisión de la diferencia es problemática, fundamentalmente porque la violencia que muchas mujeres experimentan está a menudo formada por otras dimensiones de sus identidades, como su raza o clase. Además, ignorar diferencias dentro de grupos frecuentemente lleva a una tensión entre grupos, otro problema de la política identitaria que frustra los esfuerzos para politizar la violencia contra la mujer. Los esfuerzos feministas para politizar las experiencias de mujeres y los esfuerzos anti-racistas de politizar las experiencias de las personas de color han procedido como si los temas y las experiencias que estos grupos detallan ocurrieran en terrenos excluyentes. Aunque el racismo y el sexismo intersectan fácilmente en las vidas de personas reales, éstos lo hacen raramente en las prácticas feministas y anti-racistas. De esta forma, cuando las prácticas explican la identidad como “mujer” o “persona de color” como una proposición una/o, éstas relegan la identidad de las mujeres de color a una posición que resiste análisis.
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Fuente: Crenshaw, Kimberlé. “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color.” Stanford Law Review, Vol. 43, No. 6, 1991, pp. 1241-1299, pp. 1297–1298.
Esto no es para negar que el proceso de categorización es en sí mismo un ejercicio de poder, pero la historia es mucho más complicada y matizada que eso. Primero, el proceso de categorización – o, en términos identitarios, nombramiento – no es unilateral. Personas subordinadas pueden y de hecho participan, a veces socavando el proceso de nombramiento de formas empoderadoras. Uno solo necesita recordar la subversión histórica de la categoría “Negro”, o la transformación actual de “queer”, para entender que la categorización no es una calle de un solo sentido. Claramente, existe inequidad en el poder, pero sin embargo existe un grado de intervención que la gente puede, y de hecho ejerce en la política del nombramiento. Y es importante notar que la identidad continúa siendo un sitio de resistencia para miembros de diferentes grupos subordinados. Todos podemos reconocer la distinción entre las aseveraciones “yo soy Negro” y “pasa que soy una persona Negra”. “Yo soy Negro” toma la identidad socialmente impuesta y la empodera como un pilar de subjetividad. “Yo soy Negro” se convierte no solamente en una declaración de resistencia, sino que en un discurso positivo de auto-identificación, íntimamente ligado a declaraciones celebratorias como la nacionalista negra “lo Negro es hermoso.” Por el otro lado, “pasa que soy una persona Negra”, logra la auto-identificación mediante la búsqueda de una cierta universalidad (en efecto, “primero soy una persona”) y por un rechazo concurrente de la categoría impuesta (“Negro”) como contingente, circunstancial, no determinante. Hay un grado de verdad en ambas categorizaciones, por supuesto, pero éstas funcionan de manera bastante diferente dependiendo del contexto político. En este punto en la historia, se puede argumentar fuertemente que la estrategia de resistencia más crítica para grupos no empoderados es ocupar y defender una política de posición social, más que dejarla vacante y destruirla.
El construccionismo vulgar, por lo tanto, distorsiona las posibilidades de una política identitaria significativa al mezclar al menos dos manifestaciones de poder que son distintas, pero están estrechamente relacionadas. Una es el poder ejercitado simplemente a través del proceso de categorización; la otra, el poder de causar que esa categorización tenga consecuencias sociales y materiales. Mientras que el primer poder facilita el segundo, las implicaciones políticas de desafiar uno sobre el otro son muy importantes. Podemos mirar a debates sobre subordinación racial a través de la historia y ver que, en cada instancia, existió la posibilidad de desafiar o la construcción de identidad del sistema, o el sistema de subordinación basado en esa identidad.
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Fuente: Crenshaw, Kimberlé. “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color.” Stanford Law Review, Vol. 43, No. 6, 1991, pp. 1241-1299, p. 1298.
Con particular interés a los problemas que deben confrontar las mujeres de color, cuando la política identitaria nos falla, como frecuentemente ocurre, no es principalmente debido a que esas políticas aceptan como naturales a ciertas categorías que son socialmente construidas, sino que más bien porque el contenido descriptivo de dichas categorías y las narrativas en las que ellas están basadas han privilegiado algunas experiencias y excluido a otras.
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Fecha de revisión: 3/31/20